El pasado 1 de junio abrió sus puertas un nuevo "establecimiento rural con encanto en pleno corazón de la Sierra Morena sevillana", La Villa del Pozo, que ofrece para un máximo de 15 personas servicios de calidad y una atención muy personalizada. Se trataría de una suculenta incorporación a la guía de Alojamientos Singulares de la provincia de Sevilla en el caso de que Prodetur decidiera reeditarla. En el título de aquella publicación hubo que evitar la etiqueta "con encanto" ante la imposibilidad de medir ese parámetro. ¿Cómo se discrimina desde lo público entre las estancias que lo tienen y las que no?
La Villa del Pozo reúne menús a la carta, terraza-bar, expositor de productos ibéricos a la venta, souvenirs, cine de verano y una selección de excursiones para realizar turismo activo. El hotelito está distribuido en cuatro estancias –Azul, Burdeos, Albero y Púrpura– decoradas y ambientadas de manera exquisita, pero por encima de todas destaca el jardín de árboles frutales con su terraza-bar envuelto en un ambiente chill out. Todos estos argumentos definen el encanto del establecimiento, pero la utilización abusiva del término en el sector turístico no le ayuda a diferenciarse de la competencia.
Añádase a la perversión del vocabulario que la saturación del mercado obliga a refrescar los mensajes. Llegados a este punto, ¿no sería aconsejable que las autoridades facilitaran la promoción de los negocios turísticos creando clubes, grupos y clasificaciones de productos y servicios? Sean singulares, atípicos, con encanto o de calidad, pero que devuelvan a las palabras su rigor ["¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas! Que mi palabra sea la cosa misma"].
Tenemos un ejemplo bastante cercano en el tiempo y en el espacio, por qué no seguir ese camino. Alguno se sentirá agraviado si no cumple los requisitos para integrar alguno de los rankings, pero ese no será el viajero.
*artículo enmendado
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